




El 11 de diciembre de 2017 cumplí un sueño que no me había atrevido a soñar. Publicar un libro con cuentos autobiográficos nunca fue una meta a alcanzar. El primer taller de Teresa Calderón al que asistí, muy poco tiempo después de establecerme en Chile, se daba en el Centro cultural de Las Condes. La idea de explorar en la escritura llegó después de que pasara muchas tardes muy grises frente a mi computadora escribiendo la historia de Azul, mi hija mayor.
Cuando llegamos a Chile ella tenía un poco más de un año y me aterraba la idea de que no recordara nada de su origen. Las palabras salieron solas. Quería contarle cómo conocí a su papá, quienes fueron sus abuelos, sus tíos, sus primos. Necesitaba dejar por escrito los detalles de la noche en la que ella nació antes de que el tiempo y la distancia lo borraran por completo de mi memoria.
Nunca antes había escrito tanto. En mi adolescencia tenía un cuaderno en el que encerraba mis penas y describía mis sueños por cumplir. Pero este libro que empezó a escribirse en las horas de siesta de Azul, engordó tanto que ya tenía una carpeta propia en mi desktop.
El taller de Teresa fue una sorpresa en mi viaje de autoconocimiento. Dejar Argentina y a mi familia produjo un duelo que me costó transitar. Siguiendo los consejos de mi hermana me ocupé de mi mente, en una terapia psicoanalítica, de mi cuerpo, empecé a caminar en las mañana y de mi espíritu, descubriendo nuevas pasiones, y la escritura empezó a ganar tiempo en mi rutina.
Después de escribir sobre casi todo lo que una imagina que puede reconstruir su biografía, dejé de asistir al taller que, a esas alturas, ya se hacía en la casa de Teresa, un ser cálido, generoso, lleno de talento y capaz de abrazar todas las emociones que salían en las noches de cuentos compulsivos.
A principios del 2017 decidí volver a pensar en mí. Quería recuperar aquellas cosas que habían tenido mucho sentido en mi historia personal. Volví a terapia y volví a escribir.
El taller de los miércoles ya estaba armado y mis compañeros me incluyeron con naturalidad. Descubrí que todavía me faltaban muchos temas para completar mi historia y que en esos años de silencio de pluma demasiado acontecimientos esperaban para ser narrados.
Muy pronto alguien sugirió publicar una antología y entonces los miércoles se convirtieron en un espacio de producción, corrección y revisión de cuentos de cada uno de los ocho integrantes del sagrado taller.
El tiempo que le siguió al final de la escritura fue de una espera ilusionada, de muchos nervios y de una gran alegría.
Así nació este libro del que tuve el honor de crear la portada y las páginas de presentación de cada uno de los escritores. Ocho Tintas se lanzó en el Centro Cultural de las condes, se presentó en la feria del libro de Viña del Mar y de Olmué y al año siguiente recibimos una invitación muy especial para presentarlo en el Café Literario del Club del Progreso, dirigido por Carmen Medrano.
Jamás imaginé que tendría que leer alguno de mis cuentos frente a un centenar de personas. Quienes me conocen saben que no disfruto de hablar en público así es que estuve ensayando mucho antes de cada presentación. Pero lo que sí disfruto, completamente, es la forma en que un cuento se va gestando. Desde el minuto 1 en que aparece la idea, la página en blanco, la compulsión de los dedos sobre el teclado, el párrafo que crece, el título cuando nace, la lectura en la mente, la corrección de los detalles y el punto final. Amo escribir y amo que lean mis cuentos.
Muchas gracias por leer.
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